El increíble y valeroso indiecito se encontraba muy ocupado bajo la sombra de una gigantesca ceiba construyendo su canoa hecha de un tronco de ciprés y ahuecándola con una concha de mar.
El cheroqui había puesto en su corazón seguir las tradiciones de sus mayores, y continuar la misma ruta que comenzaron sus antepasados miles de años atrás, cuando por primera vez cruzaron el estrecho de Bering, y emprendieron una ruta sur desde el norte de Alaska.
Hizo una pausa para quitarse unas gotas de sudor que rebeldemente se habían filtrado por debajo del cintillo que aguantaba su gran melena salvaje y le estaban molestando rodando por su ancha frente, sus sienes, y por último se agrupaban sobre sus cejas amenazando con cubrir sus fieros ojos.