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Pedos en la noche: Punki
Barnes and Noble
Pedos en la noche: Punki
Current price: $8.60
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Aquella noche era todo absurdo. Absurdo el candelabro de cinco velas, comprado de oferta en El Corte Inglés, y que ahora estaba situado encima de la mesa. Absurdo ver al padre con traje y corbata, a la madre con un modelito adquirido a plazos en Zara y, a la hermana, luciendo un ridículo vestido ceñido por aquel lazo rojo, que al mirarlo hacía daño a la vista.
Nada tenía sentido. Pero lo peor, lo que rompía todas las barreras de la lógica, era tener que cenar alubias de Tolosa, con su correspondiente chorizo y morcilla, a horas tan intempestivas.
Pero aquella noche tenían un invitado de alta alcurnia, y al parecer, el esfuerzo merecía la pena. La familia de Punki se deshacía en halagos y mimos hacia aquel orondo personaje, que comía a dos carrillos y sudaba como un cerdo.
-¿Están buenas las alubias, Señor Director? ¡Son de Tolosa! ¿Le pongo un poco más, Señor Director? ¿Unas guindillitas, Señor Director?
El padre se jugaba un importante ascenso en la fábrica donde trabajaba. Todo dependía de que aquel insaciable personaje saliese contento de aquella estúpida cena familiar. Y aunque Punki se sentía ridículo, colaboraba como el que más en agasajar al invitado, consciente de que un ascenso del padre, significaba un aumento de sueldo, y por tanto, un incremento en su paga dominical.
-¡Exquisitas! Ha sido todo un detalle el invitarme a cenar alubias de mi querido pueblo natal.
-¡Estoy emocionado!
Tras el café, hicieron aparición las copas y los puros y, al quinto trago de pacharán, el invitado se fue poniendo nostálgico.
-¡Qué familia más entrañable! Me vienen recuerdos de mi infancia de Tolosa. Mi abuela pelando mazorcas de maíz; mi abuelo, junto al fuego, relatando cuentos de brujas y fantasmas; mis padres...
Mientras el director proseguía con sus recuerdos, Punki ajeno al relato, se removía incómodo en la silla agarrándose la barriga. Aquellas malditas alubias comenzaban a pasarle factura y sus tripas se contraían, a consecuencia de los gases.
-Pero sin duda, el recuerdo más marcado de mi niñez en Tolosa, es el olor de aquella casa, el olor más embriagador que haya sentido jamás.
Fue justo en el momento en que el invitado aspiraba profundamente, intentando rememorar el aroma de su infancia, cuando Punki, no pudiendo evitarlo, dejó escapar aquel largo y sonoro pedo.
-¡Prrrrtttt!
Entonces sobrevino la catástrofe.
Nada tenía sentido. Pero lo peor, lo que rompía todas las barreras de la lógica, era tener que cenar alubias de Tolosa, con su correspondiente chorizo y morcilla, a horas tan intempestivas.
Pero aquella noche tenían un invitado de alta alcurnia, y al parecer, el esfuerzo merecía la pena. La familia de Punki se deshacía en halagos y mimos hacia aquel orondo personaje, que comía a dos carrillos y sudaba como un cerdo.
-¿Están buenas las alubias, Señor Director? ¡Son de Tolosa! ¿Le pongo un poco más, Señor Director? ¿Unas guindillitas, Señor Director?
El padre se jugaba un importante ascenso en la fábrica donde trabajaba. Todo dependía de que aquel insaciable personaje saliese contento de aquella estúpida cena familiar. Y aunque Punki se sentía ridículo, colaboraba como el que más en agasajar al invitado, consciente de que un ascenso del padre, significaba un aumento de sueldo, y por tanto, un incremento en su paga dominical.
-¡Exquisitas! Ha sido todo un detalle el invitarme a cenar alubias de mi querido pueblo natal.
-¡Estoy emocionado!
Tras el café, hicieron aparición las copas y los puros y, al quinto trago de pacharán, el invitado se fue poniendo nostálgico.
-¡Qué familia más entrañable! Me vienen recuerdos de mi infancia de Tolosa. Mi abuela pelando mazorcas de maíz; mi abuelo, junto al fuego, relatando cuentos de brujas y fantasmas; mis padres...
Mientras el director proseguía con sus recuerdos, Punki ajeno al relato, se removía incómodo en la silla agarrándose la barriga. Aquellas malditas alubias comenzaban a pasarle factura y sus tripas se contraían, a consecuencia de los gases.
-Pero sin duda, el recuerdo más marcado de mi niñez en Tolosa, es el olor de aquella casa, el olor más embriagador que haya sentido jamás.
Fue justo en el momento en que el invitado aspiraba profundamente, intentando rememorar el aroma de su infancia, cuando Punki, no pudiendo evitarlo, dejó escapar aquel largo y sonoro pedo.
-¡Prrrrtttt!
Entonces sobrevino la catástrofe.