En « El príncipe », de Maquiavelo, aflora la idea de que la legitimidad política se alcanza con el mero éxito y no mediante los rancios principios morales, los cuales no implican en modo alguno limitación o traba para las maniobras del gobernante hábil. Frente a la razón moral, se erige vencedora la razón de Estado. La bondad o maldad se diluyen pronto en presencia del éxito o el fracaso, subiendo o bajando dígitos en una vara o baremo que ostenta como nombre "poder-sumisión". En tales presupuestos se basa el triunfo intelectual de Maquiavelo, quien erige así el paradigma del político renacentista, artero y con un bagaje casi inagotable de recursos, creando con ello serios problemas a los teólogos católicos. Mas sólo sobre el papel, en las páginas de enrevesados y voluminosos tratados. Porque en lo que se refiere a la práctica, ya el propio Maquiavelo señaló con el puntero la figura visionaria y sintética de Fernando el Católico, así como las de los no menos católicos Borgia.