En Darwin, Australia, en los Territorios del Noroeste, los cocodrilos no son los únicos depredadores que acechan. El inspector Harry Chin y su compañero, Ash Friday, un fiero detective aborigen de ojos oscuros y melancólicos, son enviados desde Canberra para investigar el asesinato de un oficial de la Policía Federal Australiana, Peter Riggs. Riggs había estado trabajando de forma encubierta en una red internacional de heroína que parece estar llegando a través del puerto de Darwin. El oficial había sido encontrado muerto en su coche por una sobredosis de heroína, la misma droga que había estado investigando. Todo parece apuntar a una red de heroína, pero para Harry, algo huele mal. La escena huele a tragedia escenificada, la muerte de la víctima demasiado ordenada, demasiado conveniente. Pronto se encuentran hasta las rodillas en su caso más desconcertante hasta el momento. Harry y Ash, el equipo de investigación más selecto de la AFP, se sumergen en las entrañas de Darwin; un laberinto de muelles blanqueados por el sol y callejones inundados de neón. Mientras diseccionan coartadas y desvelan capas de engaño, se topan con un caleidoscopio de sospechosos: una granja de cocodrilos rusa, un gánster asiático que regenta un bar de mala muerte llamado Buddha Bar, capos traicioneros y una femme fatale con secretos tan afilados como sus tacones de aguja. Pronto se hace evidente que los cocodrilos no son las únicas almas peligrosas que hay por ahí.