En su tercera novela de ciencia ficción, Ernesto A. Bianchi aumenta la apuesta un poco más, para adentrarnos en diferentes planos de un mundo, con submundos, inframundos, cielo, paraíso... en definitiva, al más allá o como él dice el lado Oscuro, la Paz y la Luz. La prodigiosa y vertiginosa imaginación del autor, complica mucho la labor de hacer un "breve resumen" de una narración con tantísimos acontecimientos objetivos, como pueden ser las guerras y el origen de esos conflictos bélicos, la historia de las religiones y sus fundamentos, más la búsqueda de su explicación en un laberinto de mundos coexistentes, por motivos que escapan a cualquier razón, pero siempre con una variable, que en este caso es un factor fijo: el error de la esencia humana, que siempre lleva a la autodestrucción de cualquier civilización que proponga. Como en los anteriores relatos, hay distintos narradores, pero destacan, sobre todo, las reflexiones del protagonista, Vídece, que se verá superado por su insaciable curiosidad y por hacer la pregunta correcta que resuelva sus dudas y calme su frustración. Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Vídece y un grupo de científicos de la Alemania nazi huirán a Argentina, para continuar con sus experimentos. El objetivo será recoger la erbianita, el mismísimo ADN de Dios, que han logrado saber solo se produce cuando hay un número elevado de almas que coinciden en masa en Sheol, lugar donde transitan las almas en pena, tras abandonar el cuerpo físico que las contenía. Las bombas nucleares que explotaron en Japón, en 1945, tendrán como último objetivo provocar una masacre que propicie la obtención de dicha erbianita, para conseguir el poder del mismo Dios. Esto originará una lucha entre varios antagonistas, que usarán todo tipo de subterfugios para hacerse con ella. La trama nos paseará por distintos lugares, en los que los personajes encontrarán interlocutores que irán desgranando respuestas a preguntas que siempre llevarán a otra pregunta; ángeles, demonios y otras almas en tránsito, debatirán sus inquietudes y diferencias. Vídece ya no es el insensible doctor que sacrificaba a hombres, mujeres y niños, solo para satisfacer su curiosidad y dominar el conocimiento a través de las ventanas del pasado, presente y futuro. Ahora, la creación del alma, su composición y cómo se distribuye a los humanos le obsesiona; así como la analogía de las tres grandes religiones con las tres personalidades de las que se compone el alma. Una interesante y original teoría, que da muchos momentos álgidos en la novela, incluso, de humor, cuando los protagonistas coinciden con sus tres tus: el consciente, el inconsciente y el que solo Dios conoce, intentando conciliarse para ser una. El autor, como en el resto de la saga, juega con las palabras y se recrea en las preguntas que hace Vídece, buscando hacer la correcta, porque ya sabe que la respuesta nunca resolverá la cuestión, tal como expresa tras la contestación de el Indefinido (un personaje del portal de la Luz): "... eres un consultor político, me dirás todo lo que ya sé y me generarás la necesidad de todo lo que no necesito".