Las moradas secretas del León nos recuerdan el Salmo 23 cuando dice que levanto mis ojos hacia ti, cuyo trono está en el cielo. Sabemos que esto nos recuerda a Sephiroth, subiendo la escalera del árbol de la vida para llegar a la cima, la corona o Kether. Cada paso que conquistamos es una quiplot que hay que conquistar, una piel de serpiente o un ladrido que debemos superar, pero nuestra alma como un león lucha en la soledad del desierto de nosotros mismos derrotando a la serpiente que nos atrapó en el Edén. El Edén no es solo la historia de la creación, es la historia de la vida cotidiana, de la lucha cotidiana, la lucha por superar el poder del árbol de la ciencia del bien y del mal que en la Cabalá es Daath, nuestro derecho a elegir. Todos los días luchamos contra este poder que proviene de Daath, Daath no es un Sephira negativo, es solo libre albedrío, nuestro poder para elegir entre la luz y la oscuridad. Cada vez que pecamos estamos eligiendo la oscuridad y luego quedamos atrapados en la piel de la serpiente, pero cada vez que ganamos eligiendo la luz, rugemos como un león subiendo los escalones de Sephiroth al trono, al Padre Divino. Sin embargo, parece que el Padre no es Padre, es padrastro, ya que día a día nos entrega en manos del poder opuesto, de Ha Satan que también lucha contra nosotros como un león y nos impide subir la escalera. Cada paso del Sephiroth se convierte en una pelea entre dos leones, el de la luz y el del caos, y es lo que alimentamos lo que enfrentará el desafío. Ganarnos a nosotros mismos es la verdadera batalla de la vida y quien gane esta batalla encontrará al Padre Divino, la corona suprema del universo. También llamé al padre padrastro, porque el dolor diario es mucho, pero tenemos que vencer al león más terrible, el tiempo es el tiempo que nos domina y devora y esa victoria que estamos esperando no es suficiente. El tiempo nos devora como un León hambriento y limita nuestra vida al dolor, pero hay esperanza en el león de la tribu de Judá.